La mirada de Dante
domingo, 30 de enero de 2011
DOMINGO
-¿Qué te pasa?
-No sé. Respondere
-¿Estás enfermo?
-Sí.
-¿Qué te duele?
-No sé.
Y nunca más escuchare otra palabra mientras me miren esos ojos llenos de dulzura, lo prometo.
Pero estoy solo y no puedo dejar de notar que las hojas siguen rodando allí abajo. Una pasa por la débil sombra del árbol que sembró mi padre antes de partir, que dolorosa memoria del amor. Algún día alguien podrá recostarse bajo ella a escuchar la hierba crecer, conmovido por los misterios de este universo pero ignorando completamente cuánto sacrificamos nosotros para hacerle creer que la vida a veces es bella. Me despido de aquella última hoja, algo de fe y algo de desesperación regalo en ella. Ahora descansa bajo las patas de una pequeña hormiga que aplasta toda existencia; cuan poco peso ha despojado esta calle de toda metafísica.
Amado hermano, Walt, me despido de ti hoy que he sentido la carne en tus versos, aquellos en los que he encontrado más verdades que en todos los silencios de Dios. Pero hoy no son suficiente, hoy necesito creer, necesito la palabra y necesito la luz. Anhelo que los muertos que se me aparecen en sueños me tomen de la mano y levanten mi cabeza dulcemente para poder mirarlos una vez más. Qué es lo que hace falta para que un hombre pueda salvarse un Domingo como este, déjame averiguarlo, Oh Dios, no me dejes morir hoy porque moriría lleno de muerte.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
LUCÍA
Mis palabras son hojas madre,
brotan hacia ti persiguiendo tu existencia,
písalas
...............con el peso de la muerte.
Desquebrajadas, burbujeando en la polvareda,
se alzaron las raíces para padecer tu último aliento.
Compadécete de las mirlas de plata
que estallaron en la memoria del rio.
El calor de tus manos, que antaño enhebraron tantas flores,
se ha perdido en bahías de añoranza;
merece tus recompensas, amada madre,
las que Dios nos prometió en vida.
Te has marchado lejos, atrás de la memoria,
donde la beldad de tu rostro se ha desvanecido.
De qué color eran tus ojos,
aquellos que en su soledad veían florecer los anturios.
Guarda algunos abrazos, algunos besos,
prepara la mesa nuevamente para celebrar la más dulce de las victorias.
Recuéstate en las olas y humedece tu pelo
............................................................................................se paciente
porque la muerte no pudo arrebatarle su belleza al mundo.
Un millón de pájaros ha vuelto a surcar el cielo,
Y un millón de sombras me hicieron sentir que no estabas tan lejos.
Quise escribir lo que cantaban
Pero tus palabras son más blancas que el papel.
miércoles, 14 de julio de 2010
Vivir con los ojos cerrados
Otro lo miraba desde el espejo, indiferente, cruel. Y su crueldad no tenia limites, pues disfrutaba pasar horas enteras sin realizar el más mínimo movimiento, todo esto con la firme intensión de no generarle una falsa ilusión de compañía. Solo él y solo el otro. Carne que se pudre e imagen que se borra, ese era el trato que se había sellado desde el comienzo de los tiempos. Así se toleraban, sin amor, sin odios. Ignorándose, como los niños que aun no saben lo qué es la muerte. Mirándose de reojo de vez en cuando, asistiendo a la penosa caída de los seres frágiles y desesperados que no se cansan de mover los objetos de un lugar a otro. Tomándolos por instinto pero habiendo olvidado completamente para que sirven. Simple materia y tiempo que cuando está entre los dedos produce el más racional de los miedos, seguido por un espasmo conocido que los llevaba a soltarlo todo, a dejar ir todo.
Irse ellos también, pero no tan lejos como para olvidar quienes son. Sabiendo que todos los lugares merecen ser abandonados para que con cada exhalación vayan borrando todas las historias, todos los sentidos y así, poco a poco, a medida que se agota el oxigeno, puedan ser llenados con nuevas fantasías, con otras frustraciones, con los mismos sueños.
Y él, con esperanza, se abandonaba al mundo, recorriendo siempre la misma oscura y solitaria avenida. Sin dejar huella, sin la capacidad de aportarle un sonido al mundo. Cansado ya de vagar sin rumbo y con el dolor de saber que regresaría nuevamente a su habitación con el sabor que le producían las palabras que han muerto sin pronunciarse y, que al descomponerse, comienzan a amontonarse hasta formar un nudo que sólo el llanto puede desatar. Esperaba con ansias ese momento, porque lo invadía una curiosidad morbosa por saber qué sentimientos necesitaban expresarse con más urgencia, cuáles lo harían gritar, cuáles destrozarían sus nudillos contra el concreto, cuáles habían enmudecido definitivamente. Quería sacarlo todo hasta el último sollozo. Abrirse a unos oídos dulces que no pudieran retener nada y que no sintieran lástima, porque él tampoco les iba a guardar lastima cuando sus nudos estallaran en mil pedazos frente a sus narices. Así es la vida querido extraño y ahora él sólo buscaba un poco de simpatía y algo que le produzca un mareo decente. Caminando hasta encontrar a alguien que si tuviera un lugar a donde ir y que le permitiera acompañarlo, por lo menos por esta noche.